Historia natural de la religión (tr. Cappelletti & López) by David Hume

Historia natural de la religión (tr. Cappelletti & López) by David Hume

autor:David Hume [Hume, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1757-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

CONFIRMACIÓN DE ESTA

DOCTRINA

Parece cierto que, aunque el vulgo, en sus nociones primitivas, representa a la divinidad como un ser finito y la considera sólo como causa particular de la salud o la enfermedad, la abundancia o la miseria, la prosperidad o la desgracia, cuando alguien intenta inculcarle ideas más elevadas sobre aquélla, estima peligroso rehusarles su asentimiento. ¿Dirás tú que tu dios es un ser finito y limitado en sus perfecciones, que puede ser superado por una fuerza más poderosa, que está sujeto a pasiones, dolores y flaquezas humanas, que tiene un principio y puede tener un fin? El vulgo no se atreve a afirmarlo. Pero como considera más seguro cumplimentarlo mediante mayores elogios, trata de congraciarse con él, fingiendo arrobamiento y devoción. En apoyo de lo anteriormente expresado podemos observar que el asentimiento del vulgo es un este caso meramente verbal y que el mismo es incapaz de concebir aquellas sublimes cualidades que aparentemente atribuye a la Deidad. La ideal real que tiene de ella resulta, no obstante su pomposo lenguaje, tan pobre y frívola como siempre. Esta inteligencia originaria, dicen los magos, que es el primer principio de todas las cosas, se revela de un modo inmediato sólo a la mente y el entendimiento. Ha colocado, en cambio, al Sol como su propia imagen dentro del universo visible. Y cuando el brillante astro ilumina con sus rayos la tierra y el firmamento, es tan solo un tenue reflejo de la gloria que habita en los altos cielos. Si quieres escapar a la ira de este ser divino, debes cuidarte de no asentar tu pie desnudo en el suelo, de no escupir el fuego y de no arrojarle agua, aunque estuviera destruyendo una ciudad entera[1]. ¿Quién puede expresar las perfecciones del Todopoderoso?, dicen los mahometanos. Aun la más noble de sus obras es escoria y basura comparada con él. ¡Cuánto más lejos no ha de quedar la mente humana de sus infinitas perfecciones! Su sonrisa y su favor hacen al hombre eternamente feliz. Y para que lo sean también sus hijos, el mejor método es cortarles un pequeño trozo de piel, del ancho de un cuarto de penique, mientras son niños. Tomad dos trozos de tela —⁠dicen los católicos romanos[2]— de pulgada o pulgada y media de ancho, unidlos por las puntas con dos cordones o cintas de dieciséis pulgadas de largo, más o menos, colocadlo sobre vuestra cabeza de modo que una de las partes de la tela caiga sobre vuestro pecho y la otra sobre la espalda, manteniéndola junto al cuerpo: no hay mejor secreto para congraciarse con ese Ser infinito que existe desde siempre y para siempre.

Los getas, comúnmente llamados inmortales, por su arraigada creencia en la inmortalidad del alma, eran auténticos monoteístas y unitarios. Sostenían que Zamolxis, su dios, era el único verdadero y afirmaban que todos los demás pueblos adoraban simples ficciones o quimeras. ¿Pero quiere decir esto que sus ideas religiosas eran algo más perfectas a causa de estas sublimes pretensiones? Cada



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